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Manuel Gonzalez Sr.

Manuel Gonzalez

d. September 14, 2024

MANUEL GONZALEZ

10/28/1937 – 09/14/2024

 

 

 

Papá nació el 28 de Octubre, de 1937 en Briseñas Michoacán. Fue uno de nueve hermanos. Su papá murió cuando él tenía apenas 4 años, dejando a su mamá viuda con 4 niños. Su mamá volvió a casarse y tuvo posteriormente otros 5 hijos. Mi papá nos contaba que su padrastro era un buen hombre y él lo respetaba. Cuando mi papá tenía 19 años su familia se movió al pueblo de Atequiza Jalisco. Allí trabajo en el molino del pueblo cargando costales de harina. 

 

Y fue allí en el pueblo de Atequiza donde mi papá conoció al amor de su vida, María del Refugio Tinoco (Cuca). Ella tenía apenas 14 años cuando mi papá empezó a cortejarla. Mi mamá se sentía demasiado joven para pensar en tener novio, y lo rechazaba constantemente. Pero mi papá insistía sin quitar el dedo del renglón. La buscaba y la seguía cuando ella salía a la plaza, o donde quiera que se la encontrara. En ese tiempo mi mamá trabajaba en la hacienda de La Florida. Ella y su prima junto con otras jovencitas se hacían cargo de la limpieza y de la cocina en la hacienda. Todas las tardes cuando las muchachas salían de trabajar, mi papá ya estaba esperando afuera y corría a alcanzar a mi mamá. Se le arrimaba por un lado y le decía, “te acompaño chaparrita?” Y mi mamá le decía, “Si supieras lo gordo que me caes, ¡ni te me parabas por enfrente!” Y mi papá muy sonriente le decía, “Pero vas a caer chaparrita, vas a caer”. 

 

Otras amigas de mi mamá se emocionaban y trataban de llamar la atención de mi papá. Pero él solo tenía ojos para ella. Él sabía lo que quería y no se iba a dar por vencido. Una amiga de mi mamá le decía, “Mensa, ¿pos quién te crees que eres? Cómo voy a creer que le hagas desaires a Manuel, tan buen muchacho que es. Uuuyyy si Manuel me volteara a ver, con poquito caso que me hiciera yo te dejaba abriendo la boca. Pero por más que me le pongo por enfrente y le coqueteo, nomás no me pela.” Y mi mamá le decía, “Pues allí está, es todo tuyo. A mí me cae gordo.” Tenía su pegue mi papá. Pero la que más le interesaba, nomás no le hacía caso. Irónicamente, fue a causa de una muchacha envidiosa que le cambió la suerte a mi papá. Había una muchacha en el pueblo que estaba muy interesada en mi papá. Y un día vino a reclamarle a mi mamá porque estaba enojada que mi papá no le hacía caso a ella. Y le dijo a mi mamá que era por su culpa porque ella andaba de ofrecida con él. Y mi mamá en su inocencia todavía le daba explicaciones, y le decía, “No te creas de eso, yo ni caso le hago. Deveras, a mí ni me interesa.” Pero la muchacha no dejaba de pelearla. Y de tanto que la muchacha molestaba a mi mamá, un día la enfado y mi mamá le dijo, “Ha cómo das lata! Si yo quisiera andar con él ya hace mucho que anduviera. Pero pa que se te quite, ¿quieres ver deveras que nomas está en que yo quiera? Te fijas”. Y otro día por la tarde cuando mi mamá salió de la Florida con sus amigas, estaba mi papá con sus amigos en la plaza. Y los amigos de mi papá le dijeron, “Mira quien viene allí. A que no te le animas a arrimarte.” Y mi papá les dijo, “Hmm, ¿por qué no? Ya me ha mandado a la fregada muchas veces, que no me mande una vez más”. Entonces mi papá se vuelve a arrimar por un lado de mi mamá y le dice, ¿“Te acompaño chaparrita?”, y mi mamá frunce el hombre y le dice, “tu sabrás”. Dice mi papá que pensó, “!Ya fregué!” Nos cuenta mi mamá que ese día a propósito camino por en frente de la casa de la muchacha que la molestaba para que la viera que iba con mi papá. 😉 

Y desde ese momento para adelante mi papá ya no la dejó en paz y no se le despegó para nada. Pocos días después mi papá se apresuró a pedirle matrimonio antes que se arrepintiera. Cuando le dijo que sí, en ese mismo rato se fue corriendo por el cura para que fuera a su casa a pedirla. Mi mamá tenía 15 años cuando se casaron. 

 

Mi papá fue siempre muy amoroso y atento con ella. Fuimos 8 hijos los que tuvimos la suerte de nacer en ese hogar. Desde chiquitos crecimos oyendo las historias de su gran jornada en la vida. Mi mamá siempre ha sido muy buena para contar historias. Ella con su carácter sereno y tranquilo nos alimentaba el alma con moralejas de las vivencias pasadas. Recuerdo cómo nos gustaba cuando ella empezaba a contar anécdotas. A veces se sentaba en un sofá de la sala, cociendo alguna camisa o alguna otra prenda. Y de pronto empezaba a recordar y nosotros ya sabíamos que iba a contar una de sus fascinantes historias. Entonces corríamos para sentarnos como pollitos a su alrededor en el piso para escucharla. Nos enlevábamos dejando correr nuestra imaginación con las imágenes de todo lo que nos contaba. Mi papá cuando la veía que empezaba a platicar también interrumpía para aportar, y llenar los detalles que a ella se le olvidaban. “Vieja, ¿te acuerdas cuantas pobrezas pasamos? ¿Y te fijas qué felices éramos aun cuando no teníamos que comer?”, decía mi papá suspirando. “Que bendecidos hemos estado. Diosito nos ayudó a sobrevivir y a salir adelante porque no teníamos malicia para nadie. Lo que teníamos lo compartíamos de buena gana. Aunque vivíamos en la miseria, nosotros no nos sentíamos pobres. Si una lechuga con sal teníamos, ¿qué contentos estábamos y con qué gusto nos la comíamos verdad?”. 

 

Una de mis historias favoritas es cuando nos cuentan que vivían en Briseñas pasando pobrezas. Pero nunca faltaba algo que comer porque mi papá se salía de casería o de pesca. Dice mi mamá que había algunos señores que eran vecinos, y que vivían de la pesca. En un tiempo, por alguna razón hubo escasez y no encontraban peses. Todos los pescadores llegaban con las canastas vacías y batallaban mucho. Pero mi papá siempre llegaba con un costal lleno de pescados. Un día la vecina de en frente le dice a mi mamá, “Cuca, Pedro le quiere preguntar algo a Manuel, pero le da vergüenza. Quiere ver si le dice donde se va a pescar él porque donde ellos van no encuentran nada.” Mi papá no estaba en casa en ese rato, pero cuando llegó, mi mamá le contó lo que la vecina le había dicho. Y mi papá le dijo, “Dile que valla al pasamano, allí es donde voy yo.” Otro día mi papá los acompañó a Pedro y a su hermano, y les enseñó donde pescaba él. Los señores tiraban la atarraya, y no sacaban nada. Y luego mi papá echo las suya, y salió repletita de pescados. Apenas podía cargarlos en el costal para llevárselos en su bicicleta. Los señores no podían creer cuánto sacaba cuando ellos, que se dedicaban a eso, no sacaban nada. Pero mi papá les ayudo de buena gana, y eso lo comentaban los vecinos. “Mira, Manuel no tiene mala entraña. Si otro fuera no nos decía dónde va, pero nos ayuda”. Por eso toda la gente lo quería bien. Esa es solo una de las tantas historias que nos compartieron. Quisiera poder contar tantas otras historias tan hermosas que nosotros, sus hijos pudimos disfrutar. 

 

Mi abuela, la mamá de mi mamá lo presumía. Quería tanto a mi papá, y a todos les contaba que él era muy bueno con mi mamá. Le decía a mi mamá, “Hay hija, otro como Manuel te lo hallas ni con una veladora prendida por la calle.” 😊 Ella le daba siempre gracias a Dios por haberle dado un buen marido a su hija. Todos sus cuñados lo quisieron mucho también. Mi tío Serapio, el hermano de mi mamá, siempre lo vio como un hermano. Pasaron juntos las pobrezas y fueron un gran apoyo el uno para el otro en tiempos de gran necesidad. Y todas esas anécdotas compartidas nos enseñaron a valorar la vida y a las personas que Dios puso en nuestro camino. 

 

Éramos todavía niños cuando mis papás emigraron a Los Estados Unidos en 1970. Y aquí Dios nos fue abriendo camino. No pudo haber sido fácil llegar a un país desconocido con un montón de niños. Éramos seis cuando llegamos, y aquí nacieron otros dos. Pero la vida nunca se sentía pesada porque mis papás fueron muy buenos y siempre nos sentimos protegidos. Su familia era todo para ellos. Dios no pudo haber unido a otros dos corazones que fueran un complemento tan perfecto. Toda la vida crecimos viendo a mi papá cómo le cantaba a mi mamá. Y la hacía reír con sus ocurrencias. Él estaba totalmente entregado a su casa. Y era muy atento con todos sus hijos también. Le encantaba cocinar lo que nos gustaba. No solo a nosotros, sino cualquier persona que frecuentaba la casa, él ya sabía lo que les gustaba comer y eso les preparaba. Y también le gustaba mucho ir a comprar fruta. Llegaba y picaba la fruta en una charola grande y nos decía, “Anden hijos, allí hay fruta para que coman”. Pero luego sacaba el mango más grande y más delicioso de todos y nos decía, “Ese es para su mamá. No lo vallan a agarrar.” Todo lo más bueno se lo guardaba a ella. Y a nosotros nos enternecía el corazón cómo le daba un lugar especial a su viejita. Ellos, me imagino que como cualquier pareja tenían sus desacuerdos. Pero ellos nunca alegaron ni pelearon delante de nosotros ni vimos nunca que se faltaran al respeto. Se metían a su recamara y allí hablaban y arreglaban sus diferencias. Si se peleaban o no, nosotros eso nunca lo vimos. Mi papá siempre decía que él sin mi mamá no era nada. 

 

En este país hemos vivido juntos tantas cosas más. Ahora nosotros que ya somos grandes podemos recordar todas las vivencias que pasamos. Y podremos pasarlas a las futuras generaciones. Los nietos y bisnietos tendrán un tesoro de historias que seguramente les contaremos. Nosotros aprendimos lo importante que es poder compartir en familia los recuerdos. Y lo bonito que es repasarlo todo para valorar la vida. Con las historias que escuchamos de nuestros padres sobre las carencias que vivieron, también aprendimos que la verdadera riqueza no está en los bienes materiales, sino en el amor. En nuestra casa el amor abundaba, y por eso no nos faltaba nada. Una de las más grandes bendiciones que mis papás nos han heredado es la unión de nuestra familia. Las lecciones y consejos de nuestros padres nos formaron para ser las personas que ahora somos. Somos ocho hijos, y algunas personas no pueden creer que nunca peleamos. Los ocho nos respetamos y nos apoyamos. No hay para nosotros cosa más grande que cuando nos juntamos todos. Y cuando uno tiene algún apuro los demás nos juntamos para apoyar y alivianarlo. Esos son los frutos del buen trabajo que hicieron nuestros viejitos. Sembraron amor, y cosecharon abundantes bendiciones. 

 

Aparte de ser un gran hombre, recordaremos a mi papá por todas las cosas que él disfrutaba hacer. Él era un gran fanático de Los Dodgers. En nuestra casa el beisbol fue la pasión de nuestra familia. Desde que éramos niños nos íbamos todos al parque a jugar partidos de beisbol. No teníamos carro, pero había un parquecito a dos cuadras de nuestra casa. Y los vecinos nos veían desfilar por toda la calle como hormiguitas, cada uno cargando algo; una cazuela con frijoles, la carne para asar, una cobija, los guantes, las pelotas, etc. Y llegábamos al parque a pasarnos allá todo el día jugando beisbol. Hasta mi mamá y mi papá jugaban. A veces jugábamos contra la familia de mi cuñado Jesús. Y era pura risa las alegatas que se formaban. Mis papás nunca ganaron mucho dinero, pero a pesar de eso, de alguna manera algunas veces se las ingeniaban para poder llevarnos a todo el montón al estadio de Los Dodgers a ver partidos en vivo. Nos íbamos corriendo muy emocionados a alcanzar el autobús. Pero cuando no había dinero para ir, nos juntábamos todos alrededor de una televisión vieja para mirar los partidos. Y se formaba una gritadera muy divertida cuando les echábamos porras.

 

Otra de las cosas que mi papá junto con mi mamá disfrutaba era ir a jugar al casino. Ya de más grandes esa fue su mayor diversión. Los llevábamos a Las Vegas cuando mi papá todavía podía viajar sin cansarse mucho. Pero últimamente era el Soboba, donde más iban porque vivimos a cinco minutos de allí. A mi papá le gustaba tanto ir a jugar que vacilando nos decías, “Cuando yo me muera vienen a tirar mis cenizas al Soboba. Aquí me van a hallar jugando.” 😊

 

No crean que quiero pintar a mi papá como un hombre sin defectos. Claro que los tenía. Como todos, tenía sus malos ratos; podía ser gruñón, renegón e impaciente... especialmente en los últimos años cuando se enfermó. Pero eso nunca nos molestaba porque conocíamos su corazón. Nos daba risa con sus ocurrencias. Voy a compartir solo una anécdota más. En los últimos meses cuando mi papá ya estaba más malito, batallábamos mucho para bañarlo. Cuando lo queríamos bañar él se adelantaba y nos decía. “Ni crean que me voy a bañar. No, yo no me baño. Tengo mucho frio.” Y yo me las tenía que ingeniar para llevármelo al baño. Un día estaba durmiendo en el sillón y yo lo desperté porque ya le tocaba bañarse. Y le dije, “Apa, ¿quiere ir a casino? ¡Y se levanta en friega, “Vamos!”. Lo puse en su silla de ruedas y me lo llevé. Luego doy vuelta en el pasillo hacia su baño, y me dice. “A dónde? ¡¿No que al casino?!” Y le dije, “Si, si vamos a ir al casino, pero primero lo tengo que bañar.” Y movía la cabeza renegando. Lo metí al baño y lo empecé a rasurar. Luego abrí la llave del agua, y el reniegue y reniegue. Ya cuando miro que no había remedio se hizo a la idea, pero seguía con su cara larga. Cuando lo acabamos de bañar, le dije, ¿“Ya ve que guapo? Ahora si va a ir bien fresquecito a jugar al casino.” Estaba muy callado mientras lo acabamos de vestir.” Y de pronto dice, “Ustedes me ven muy serio, pero por dentro me estoy riendo”. “Por qué?” Le pregunte. Y dice, “Porque estaba pensando dentro de mí, “ándale cabrón pensaste que te ibas a escapar”. ¡Y mi mamá y yo soltamos la risa! Cómo nos divertíamos con él. 

 

Una de las cosas que yo siempre admiré y respeté tanto de mi papá es que nunca se acostaba a dormir sin hacer oración. Por las noches, antes de ayudarle a cambiarse de la silla de ruedas a la cama, él me decía, “Déjame aquí sentado un ratito.” Y yo le daba su espacio y me salía al pasillo a esperar. Y él siempre hacia su oración en vos alta. Tenía una lista larga de personas por las que rezaba, los vivos y los muertos. El rezaba por personas de años atrás que yo ya ni me acordaba. Muchos de ustedes, no lo saben, pero es muy posible que eran parte de esa larga lista. Y terminaba su oración nombrando a sus hijos, sus nietos y sus bisnietos… y al final pedía por su viejita. “Diosito, cuídame mucho a mi viejita donde quiera que valla, que no se me valla a caer.” 

 

La vida de mi papá fue una obra perfecta con todo y sus imperfecciones. No es perfecto el que no tiene defectos o el que no se equivoca. Todo es parte de la obra. Las victorias y los fracasos. Las caídas y las levantadas. Los errores y los aciertos. Esa es la vida… Pero perfecta es la vida del hombre que a pesar de sus limitaciones echa raises buenas, el hombre que vive consiente de Dios, el hombre que no tiene conocimientos académicos, pero es un sabio porque sabe cuáles son las cosas que más importan. Mi papá no habrá sido perfecto en muchas cosas, pero perfecto sí fue el amor incondicional que nos dio. Mi papá tuvo un buen corazón, y por eso tuvo una buena vida, y también tuvo una buena muerte. Porque murió como él quería… en su casa y rodeado de su familia. Deja como su legado 8 hijos, 22 nietos, y 16 bisnietos. Contando a todos sus yernos, nueras, y las parejas de sus nietos y nietas, somos 60 en total. Mi papá fue el patriarca de toda esa tribu. Y fue querido y respetado por cada uno, desde el más grande hasta el más pequeño. Y él nunca se cansaba de decir lo orgulloso que estaba de todos. 

 

Un 14 de septiembre del 2024 mi papá respiro su último aliento. Y yo estoy seguro de que en ese último aliento nos recordó a todos, y con su alma nos abrazó, y nos dejó su última bendición. Descanse en paz y goce de la gloria de Dios mi bello padre. 

 

 

 

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